Diseño Placer y culpa

October 18, 2021 1:09 am Published by

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La religión ha permeado su influencia durante los siglos hacia puntos que aun hoy nos cuesta imaginar. Si bien la mayoría, por no decir la totalidad de nuestras costumbres y celebraciones son una mezcla de símbolos y signos religiosos que se fusionaron con los dioses, estaciones del año, equinoccios y visiones de la naturaleza de los pueblos originarios. Una de las cosas más fuertes en que la religión -predominantemente la católica en las Américas- permeo nuestra idea de lo correcto, fueron las ideas que la inquisición y su vara moral impusieron en la concepción de lo correcto que hasta el día de hoy nos mide de forma involuntaria.

El deseo y el placer son temas que aun hoy en el siglo XXI se ciñen a una idea impuesta en Chile por más de dos siglos (1569 – 1799) por las instituciones que intentaron normar la herejía hasta en los detalles más mínimos de nuestra vida y si bien mucha agua ha pasado bajo el puente desde aquel entonces, mi punto es claramente el poner en perspectiva la influencia de las ideas en lo que hoy construye parte de los fundamentos con que percibimos la realidad y sus elementos. Bien conocido es el impacto que hasta hoy tienen estas ideas en la definición inconsciente de lo que consideramos e interpretamos como placer y culpa.

¿Quién no se ha excusado ante los demás por cantar alguna canción, gustar de algún alimento o bebida u otro elemento sin usar la expresión de “es un deseo culpable”?

El deseo y la culpa fueron conceptos que se igualaron desde el siglo dieciséis en adelante y que quedaron marcados a fuego en nuestro subconsciente. Aun hoy tenemos miedo de sentir y gozar, sin tener que justificar nuestro “sentir” tangible o intangible, temiendo demostrar debilidad por aquello. ¿Cómo yo metalero declarado podría gustar de una canción de k-pop?

En una sociedad que influenciada por la idea de un mercado segmentado y específico donde existen usuarios/clientes con gustos específicos y delimitados, nos cuesta entender que estos puedan tener más de un gusto que no responda a un cuasi fundamentalismo de los elementos que generan y fundamentan su personalidad; como si el sentir o gustar de algo por lo que nos provoca, fuera de la línea delimitada, fuese un pecado a castigar por la misma inquisición y tuviésemos que mantenernos a la fuerza encerrados en el estereotipo en que fuimos encasillados.

El mercado ha sabido tomar estas herramientas y desde la psicología aplicada al marketing, hace que las ideas de placer y culpa sigan influenciando y cimentando de forma colateral, las ideas retrogradas sobre lo que se debe ser o sentir en cada situación específica.

Si bien existe un sentido común de como desenvolverse en este constructo al que llamamos sociedad, es propiedad de esta, el que los seres que la construimos seamos libres de movernos entre la oferta de productos y servicios que llega a al mercado.

Aun hoy nos seguimos limitando a sentir, a gozar y a ser felices por temor a no pertenecer o encajar con la idea que se tiene o la forma que proyectamos de nosotros mismo. ¿Por qué alguien serio gustaría de ir recitales o bailar, si es alguien que se ve calmado?

El diseño cae en este juego de sesgos, a la vez propicia el moverse al ritmo de las modas y tendencias que el mercado impone como la norma para el desarrollo de nuevos productos o servicios. Vivimos en una dicotomía, donde nos cuesta ser felices por lo que sentimos y deseamos por sobre lo que otros podrían decir. Mientras no te guste matar gente, todo debería estar bien ¿no?

Es de esperar que algún día seamos realmente libres del prejuicio que los constructos colocan sobre nuestra percepción y, que el diseño comience a ver en esta diferencia, una vertiente para desarrollar su potencial, más allá de lo que los mercados y tendencias demanden de él.

Rafael Chávez S.
Directo/El Diario Diseño