Los músculos del pensar
Sobre las cosas que no se conocen siempre se tiene mejor opinión.
– Gottfried Leibniz
En general a los diseñadores nos gusta opinar sobre los temas que tocan a nuestra profesión: ese análisis del menú del restaurante a tus amigos, la gráfica del paradero o de algún libro de texto es algo que casi todos deben haber hecho alguna vez. Nos gusta opinar de diseño; lo curioso es que si bien lo de opinantes y “opinólogos” se nos da bien, es bien poco lo que nos gusta debatir.
Nos cuesta debatir, porque seguimos confundiendo la reflexión y la opinión como un mismo elemento, lo que nos lleva casi siempre a terreno estéril, donde se normaliza la idea de que toda posición tiene puntos interesantes para rescatar. Ese tipo de enfoque, destruye el debate: si todo discurso es válido y no necesita demostrarse con argumentos, debatir pierde todo sentido.
Hablamos mucho y escribimos poco, por lo que tendemos a cerrar nuestros “debates” en 140 viscerales caracteres y más de un eterno bloqueo.
Prueba de esto son las publicaciones de diseño que, salvo contadas excepciones, hacen del predominio de la imagen su carta de enganche por sobre las palabras. Es comprensible que este fenómeno se de en las publicaciones gráficas más que en otros ámbitos, pero así y todo, se nota carencia al momento de masificar las ideas.
Quizás a muchos les parezca que la reflexión sobre la profesión está de más, “total, yo se lo que hago, el resto es más de lo mismo”. Nada más alejado de la realidad.
Toda actividad merece un buen nivel de reflexión y debate sobre sí misma, ya que es algo fundamental para su actualización, evolución y difusión. Quizás estas son las razones de porqué muchos llegamos al diseño con una idea y nos fuimos desencantando en el camino.
La mayoría de quienes se encuentran en el ámbito profesional, tienen la excusa permanente de la falta de tiempo, cuando todos los temas importantes de tratar, los problemas y matices del hacer tangible la profesión, transcurren en esas 8 horas de trabajo diario donde se “hace diseño”.
Lamentablemente esto también sucede en el ámbito académico; son pocas las instituciones que dan los espacios y la importancia a que sus académicos transfieran conocimientos de formas más permanentes que el encuentro en el aula. Aunque si entendemos la reflexión como un reflejo de la actividad profesional, en este caso al aula, quizás nos encontremos con muchos resultados inesperados y más de algún chascarro o lamentable verdad sobre la calidad docente en los planteles de diseño.
Las escuelas no enseñan a debatir y menos a reflexionar. Quizás te topaste con esa palabra en algún ramo donde presentabas proyectos o en el que filosofaste sobre la penumbra o la luz sobre un objeto, pero no en uno donde te enseñaron a pensar y anteponer ideas sobre la evaluación económica de un producto. Y donde el grupo de debate era mas parecido a una batalla de rap que a la confrontación de posturas.
No me gusta generalizar, sé que en más de un plantel, agencia u oficina las cosas de deben estar haciendo bien, el tema es que no se nota para el resto del mundo. Es lamentable cuando un diseñador no es capaz de definir qué es lo que hace y da pie para que se siga caricaturizando la idea de la carrera fácil donde se hacen monos.
Admitamos que la sociedad muchas veces ignorante, no espera mucho de los diseñadores, más allá de producir una buena pieza gráfica o el desarrollo de productos que se vean “bonitos”. También existe cierto “temor” de los diseñadores que no se sientes totalmente capaces de dialogar o debatir temas mas “intelectuales” o “técnicos” con profesionales de otras áreas.
Los invito a que con el café mañanero en la oficina o el universidad, anoten esas dudas y reflexiones personales y las compartan con los más cercanos, pídanles su opinión y confronten posiciones; después con sus profes, el jefe etc. Esa es la mejor forma de comenzar a entrenar los músculos de la opinión, la reflexión y el debate.
Rafael Chávez S.
Director/ El Diario Diseño